El día (o mejor dicho, la noche) que decidí que mi cocina sería blanca
Actualizado: 15 may 2019
Me habéis pedido muchísimo este post y siento haber alargado tanto el momento de poderos explicar cómo fue la transformación de mi cocina.
Empezaré por el principio. La cocina que entró en nuestro piso era de color wengué, muy oscurita. Siempre os digo que si tenéis pisitos pequeños o con poca luz, nada mejor que hacer que predomine el blanco en muebles, paredes, suelos, textiles, etc. Es la mejor manera de ganar luz y que de sensación de mayor amplitud.
Era mi asignatura pendiente, la única estancia en la que no me acababa de sentir a gusto… y eso para mí era un problema, porque me encanta pasar tiempo en la cocina. Cambiar los muebles no cabía en mis opciones. Primero por una cuestión de ética o sostenibilidad. La cocina estaba nueva. Segundo y no menos importante, por un tema económico. Así que decidí que la pintaría. Me asesoré bien de cómo hacerlo. Desmonté las manetas de las puertas y protegí con cinta de carrocero los bordes. Compré esmalte blanco satinado, según me recomendaron en mi tienda de bricolaje de confianza y un rodillo especial para lacar (que no suelta pelitos). Mi principal “ventaja” era que las puertas estaban en buen estado, sin barnizar, así que no necesité pretratar, imprimar ni lijar.
Ahora viene lo “guay” de cómo lo hice… pues casi sin avisar a Alex, aunque algo se olía… Siempre he sido muy independiente y algo más impulsiva. Pienso las cosas y las hago sin mucho filtro, como si mi mente no quisiera que alguien me dijera: Tú sola? Dónde vas, loca? Esto me suele suceder con bastante frecuencia…
Compré el material necesario y esperé a que Alex y Sara estuvieran dormidos para levantarme y pintarla. Sí, sí, cómo leéis. Primero le di una pasada a la barra y a los armarios. Esperé tres horas a que secara la pintura (si lo hacéis, dejad 12 horas entre mano y mano) y le di una segunda pasada. Entre tanto fui yendo y viniendo a darle teta a Sara… Un consejo para siempre que pintéis: es mejor 3 pasadas finitas de pintura que una con exceso.
El coste de la transformación fue de 53 euros (pintura, rodillo y cinta de carrocero). A menudo, o casi siempre, no se necesitan grandes inversiones para hacer cambios efectivos en la decoración de casa.
Os podéis imaginar la cara de Alex cuando se levantó por la mañana y vio la transformación de la cocina, verdad? Lo mejor de todo fue que dos días después descubrí que estaba embarazada de Noa. El síndrome del nido no hacía más que empezar a aflorar…


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