Maternidad. Hablemos del parto
Buenos días, guapuras!
Hace unos días os preguntaba si os interesaba que tratara temas de maternidad, y la mayoría respondisteis que sí. Hablar de maternidad me cuesta más que hablar de decoración… intervienen muchas más emociones y sentimientos y no siempre es fácil dejar que afloren.
Aún así, hoy me gustaría compartir con vosotros mi experiencia de los partos de las monitas, dos partos totalmente diferentes, que me han marcado como mujer y madre para toda la vida. Creo que hablar de ello puede ayudaros a las que vayáis a ser mamás, pero sin duda me ayuda a mí también.
Antes de nada quería decir que respeto de manera profunda cómo cada mujer quiera llevar su propia maternidad (el parto, la lactancia o biberón, el colecho o cuna…). No creo que nos hagamos ningún bien juzgándonos las unas a las otras y quiero creer que cada mamá hace lo mejor que cree, sabe y puede en cada momento, decida lo que decida.
En mi caso, me preparé para que el parto de Sara fuera un parto natural y poco instrumentalizado, porque así lo deseaba. Leí artículos y libros, hice yoga, me mentalicé a fondo y, por qué no decirlo, lo idealicé en exceso. El problema fue que no conté con una variable: a veces las cosas no van como una quiere y TODO puede cambiar.
En la semana 33 de embarazo cogí una toxina alimentaria que me causó espasmos estomacales que me provocaron contracciones y un inicio de parto prematuro. Ingresé de urgencias y el equipo médico consiguió frenar el parto una semana, pero no más.
Con 34 semanas volví a ingresar con contracciones y aunque inicialmente intentaron volver a frenarlo con medicación, pasadas unas horas ya no había marcha atrás y Sara sufría. Así que tuvieron que cambiar el plan y acelerar el parto. Supongo que mi cuerpo no acabó de entender esta contradicción y aunque las contracciones eran seguidas e intensas, Sara no acababa de colocarse correctamente. Yo seguía con mi idea de parto natural, pero las circunstancias no eran propicias. Sara no empujaba con fuerza porque no era su momento y mi cuerpo no respondía como yo quería que lo hiciera. En último momento y después de muchas horas de sufrimiento, me anestesiaron, me practicaron la episiotomía y sacaron a Sara con fórceps.
Este tipo de parto tan instrumentalizado duele… duele física y emocionalmente. Mi recuperación fue lenta: estuve varios días cojeando a causa del exceso de anestesia y me costó digerir aquel coctel hormonal para el que aún no estaba preparada. Por suerte, Sara nació estupenda, con 2,630 kg, y aunque tuvo que estar ingresada 2 días en la UCI y consolidar la lactancia nos costó nuestro tiempo, hoy doy gracias porque nació bien a pesar de su prematuridad. De hecho, es una de las niñas más especiales que conozco. Tiene una empatía, una inteligencia y una curiosidad desbordantes.
A los 13 meses, me volví a quedar embarazada de Noa. Igual pensáis que pasó poco tiempo entre un embarazo y el otro, es cierto. De Sara me costó bastante quedarme embarazada y Noa fue el primer mes de intento. No nos los esperábamos en absoluto, aunque sí queríamos que se llevaran poquito y crecieran juntas.
Con Noa, volvieron los miedos de un parto prematuro e instrumentalizado y la preparación psicológica tuvo que ser mayor, pero intenté ir más abierta y no idealizarlo en exceso.
El parto de Noa fue un parto sanador e increíble. El mismo día que cumplía 39 semanas empecé con contracciones en casa sobre las 12 de la noche. Primero cada 10 minutos, después cada 7, después cada 5 y cada vez dolían más. Recuerdo que Alex estaba en el concierto de Guns’n’Roses y yo estaba acostada con Sara. Le envíe un whatsapp: “Sol, cuándo vienes? Creo que esta noche es LA NOCHE”. Alex llegó enseguida (menos mal). Me duché con agua caliente y avisamos a los abuelos. Intenté estar el mayor tiempo posible en casa. Alex me abrazaba y me acompañaba en cada contracción. La pelota de pilates también me sirvió de ayuda y, sobretodo, gemir en cada contracción. Las contracciones se volvieron más seguidas e intensas y era momento de irnos al hospital. Llegué a las 6:30 de la mañana dilatada de 6 centímetros y las enfermeras me auguraron un parto rápido, así que en aquel momento me empoderé y dije que quería un parto natural. Nos llevaron a una sala con una bañera con agua caliente que me sentó de maravilla, me alivió parte del dolor y me relajó. Con cada contracción todo mi cuerpo gritaba, pero era un grito profundo que más que resistirse al dolor, lo acompañaba y yo estaba mentalizada de que me ayudaba a acercarme al momento de abrazar a mi pequeña.
Alex y yo estuvimos solos la mayor parte del tiempo, daba sorbos de agua, pusimos Norah Jones de fondo y me podía poner en la posición que mejor me fuera. Llegó un momento en que el dolor de las contracciones se hizo tan tan intenso que me puse de pie y grité que viniera un médico. En ese momento rompí aguas y noté como la cabeza de Noa bajaba de golpe. Mi cuerpo pedía salir de la bañera y empujar. Tuve un instante de debilidad y dije que no podía aguantar tanto dolor pero en ese momento la comadrona me dijo que estuviera tranquila, ya estaba en la última fase y sólo necesitaba empujar. Creo que ahí recuperé la cordura y me volví a centrar, aunque mi mente estaba un poco “ida”. Después de algunos empujones, Noa nació con 3,700 kg a las 8:41 de la mañana y sentí que me había reconciliado con mi propio “yo-madre”. Se enganchó enseguida al pecho con fuerza y ganas y mi recuperación fue rápida, a las 2 horas estaba de pie cambiándole el pañal.
Dos partos diferentes, dos niñas diferentes, pero únicas. Ahora, con el tiempo y otra mirada, creo que no cambiaría nada. Las dos llegaron cuando tenían que llegar y, como decía antes, no puedo sentirme más afortunada de tenerlas. Ser madre es la experiencia más intensa y poderosa que he vivido hasta ahora.